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Educar desde la conciencia: del miedo y la vergüenza al criterio propio

  • Foto del escritor: Aleli Gutierrez
    Aleli Gutierrez
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

He llegado a pensar que gran parte de nuestra educación —tanto personal como social— se ha sostenido sobre dos pilares frágiles y limitantes: el miedo y la vergüenza. Desde edades tempranas se nos enseña a obedecer para evitar el castigo, a actuar por temor a equivocarnos o a ser señalados. Los mensajes publicitarios, las dinámicas familiares y los sistemas escolares refuerzan esta narrativa: “si haces esto, algo malo pasará”.

 

Recuerdo aquellos comerciales en los que un padre compraba una película pirata y, al descubrirse, aparecía la frase: “tenemos un papá pirata”. Más que fomentar reflexión o conciencia ética, promovían culpa y humillación pública. Este tipo de aprendizaje, centrado en la sanción, no construye responsabilidad, sino miedo al error.

 

Lo mismo ocurre en múltiples ámbitos de la vida. Nos educaron con miedo a caer, a fracasar, a salir del molde. Y con vergüenza por lo que somos, sentimos o deseamos. Si exploramos nuestro cuerpo, si expresamos el deseo, si nos vestimos o actuamos diferente, aparece la mirada social que juzga. Incluso en lo cotidiano —como comer con las manos una pizza cuando recién llegaba la comida rápida— se evocaba la vergüenza: “qué mal visto, qué poco civilizado”.

 

Así, la educación se convirtió en un sistema de domesticación emocional, donde el miedo regula la conducta y la vergüenza reprime la autenticidad. Desde la psicología humanista y la Gestalt, esta forma de educación inhibe la autorregulación organísmica (Perls, 1973), es decir, la capacidad natural que tenemos de reconocer lo que necesitamos y actuar en consecuencia. Cuando el miedo sustituye a la conciencia, dejamos de escucharnos y actuamos para complacer o evitar el castigo, no para crecer.

 

El budismo enseña algo profundamente distinto: la acción consciente surge del entendimiento, no de la amenaza. Cuando una persona comprende las consecuencias de sus actos y se relaciona con ellas desde la presencia, florece la responsabilidad natural, no impuesta (Thich Nhat Hanh, 1998). Lo que se cultiva entonces es la ética del despertar, no la del control.

 

Desde esta visión, educar desde la conciencia significa enseñar a las personas a observar, sentir y decidir desde un lugar interno de claridad. Significa acompañar el desarrollo del criterio propio, más que imponer normas externas. No se trata de anular los límites, sino de dotarlos de sentido. De hacer las cosas no por miedo a fallar, sino por amor al bienestar propio y colectivo.

 

Una educación basada en la conciencia y no en la vergüenza nos devuelve al contacto con la vida. Nos invita a reconocer que toda acción puede ser un acto de presencia, y que la libertad no surge del permiso ajeno, sino de la comprensión profunda de uno mismo.

 

Cuando educamos desde la conciencia, ya no necesitamos controlar: acompañamos. Ya no castigamos: reflejamos. Ya no enseñamos desde la culpa: inspiramos desde la coherencia. Y entonces la educación deja de ser un proceso de adiestramiento y se convierte en un camino de despertar humano.

 

Porque cuando dejamos de educar desde el miedo y la vergüenza, lo que florece no es la obediencia: es la libertad consciente.


Referencias


1. Perls, F. S. (1973). El enfoque gestáltico y testigos de terapia. México: Cuatro Vientos.

2. Rogers, C. (1961). El proceso de convertirse en persona. Buenos Aires: Paidós.

3. Fromm, E. (1956). El arte de amar. México: Fondo de Cultura Económica.

4. Thich Nhat Hanh, T. (1998). El corazón de las enseñanzas de Buda. Barcelona: Oniro.

5. Krishnamurti, J. (1969). La educación y el significado de la vida. Madrid: EDAF.



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Psicóloga Gestalt

Alelí Gutiérrez

+52 664 291 3653


 
 
 

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